
El papel del endocrinólogo/a
Imagina que vas a una peluquería. No eres mucho de cuidar tu look, pero justo has reservado la tarde de hoy para dedicarte un rato de autocuidado. Entras en la peluquería. Llevas en el bolsillo, guardada con delicadeza, una foto en la que aparece un/a famoso/a con el look que deseas para esta nueva etapa vital. Le enseñas al peluquero/a la imagen, le dices que quieres el mismo peinado que el/la celebrity. El peluquero/a asiente, sonríe: por supuesto, eso está hecho. Comienza a cortarte el pelo. Minutos después, cuando ha finalizado y te enseña el resultado, tu peinado no guarda ningún tipo de parecido con el de la foto.
Si te ocurre lo anteriormente descrito, la respuesta previsible es una reacción indignada ante el trabajador de la peluquería. ¿Por qué ha hecho exactamente lo opuesto a lo que querías? No resulta entendible ni desde la perspectiva del cliente (que queda defraudado, y no volverá a confiar en el peluquero/a), ni desde la visión del profesional (que ve cómo su trabajo, por muy cuidadoso que haya sido, es objeto de enfado y denuncia).
Llegados a este punto, olvídate de looks, peluqueros y fotos de famosos. Imagina… No, no imagines: esto es la realidad, es exactamente lo que le ocurre a miles de personas que padecen diabetes. No con su pelo, evidentemente, sino con su tratamiento médico.
El profesional de la salud que se encarga de tratar la diabetes es el endocrinólogo, también llamado: endocino asecas. La diabetes es una enfermedad crónica, es decir, necesita tratamiento durante toda la vida de la persona que la padece. Por ello, sería lógico suponer que existe un servicio de endocrinología desde la salud pública suficientemente amplio como para cubrir esa demanda de atención, ¿no?.
Así ocurre con otras muchas enfermedades, pero NO con la diabetes. ¿Por qué? Si además tenemos en cuenta que es una de las enfermedades que más muertes asociadas causa a lo largo del año, ¿cómo es posible que los servicios de endocrinología de la salud pública no sean más amplios (en la mayoría de los casos)?
Varios son los problemas a los que se enfrenta una persona que padece diabetes de cara a su tratamiento por parte de un endocrino. En primer lugar, el ajuste entre la demanda del paciente y la respuesta del profesional. Igual que es inverosímil que un peluquero/a te haga en el cabello aquello que él/ella prefiere en vez de lo que tú has solicitado, también resulta incomprensible que un endocrino no atienda las necesidades de su paciente (o al menos, esa es mi sensación). Muchas veces las personas que padecen diabetes solicitan a su médico un tratamiento con bomba de insulina. Pocas son aquellas en las que la respuesta del médico es favorecer y facilitar esta petición.
La bomba de insulina requiere de mayor atención y de mayores costes para la salud pública. Pero también implica una notable mejora en la calidad de vida del paciente. Por ello, siendo la diabetes una de las enfermedades con más incidencia (es decir, que a más población afecta), no se comprende por qué no se invierte más dinero tanto en su atención como en su tratamiento.
Otro de los problemas habituales asociados al endocrino (y que es inherente al funcionamiento de la salud pública) es la frecuencia de las visitas. La diabetes es una enfermedad que para su control, sobre todo en sus primeras fases, necesita de una revisión constante. Las listas de espera dificultan, cuando no imposibilitan, que se produzca esa atención constante necesaria para atender como es debido un debut en la enfermedad. Una persona que acaba de ser diagnosticada de diabetes requiere de una revisión diaria de su funcionamiento metabólico y su tratamiento, de cara a controlar con éxito la enfermedad. En cambio, se encuentra con visitas que se espacian hasta tres y cuatro meses. De esta manera, una buena adherencia al tratamiento y por tanto, una mayor autonomía, resulta muy dificultosa para el paciente.
¿Es imaginable que una persona que padezca cáncer (u otra enfermedad) haya de esperar noventa días para ir a revisión? ¿O que reciba un tratamiento que no es el más efectivo para salvar su vida?
Si las respuestas a estas preguntas son NO, ¿nos encontramos entonces ante enfermedades de primera y enfermedades de segunda? Se podría argumentar que el cáncer, por ejemplo, es mucho más insidioso y mortal que la diabetes. Pero no se trata de tener que elegir, sino de aportar las soluciones adecuadas a cada problema concreto. Las millones de personas que padecen diabetes han de vivir toda su vida sin una cura para su enfermedad, a merced de listas de esperas y tratamientos mejorables.
Por ello, en lo que concierne al tratamiento de la diabetes, son necesarias varias cosas:
- Que el/la endocrino intente ajustarse dentro de lo posible a las necesidades y solicitudes del paciente para que este se sienta cómodo/a y seguro/a con la enfermedad con la que tiene que convivir.
- Que el/la endocrino desde su posición de profesional, comparta las reivindicaciones justas de la comunidad de personas que padecen diabetes.
- Que la salud pública mejore y sea capaz de ofrecer los tratamientos necesarios a todas las personas que lo necesitan.
- Y por encima de todo, que a nivel general se entienda que la diabetes es una enfermedad para toda la vida, y que por ello, ha de implicar mayor concienciación social, mayor inversión en salud y mejor atención médica.
Esta es una de nuestras misiones en Di Sugar: luchar por un reconocimiento de la enfermedad de la diabetes desde todos los ámbitos de la sociedad. Nuestro objetivo no es denunciar al endocrino. Él no es el culpable. Su papel como profesional también está sometido a las mismas presiones, dificultades y compromisos que acaban afectando al paciente. Necesitamos sumar su voz para propagar que esto es una labor comunitaria, un movimiento social para entender que hay que cambiar la forma de ver y enfrentar esta enfermedad.
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